miércoles, 7 de octubre de 2009

El calor de la noche se coló por la ventana. Salí al pasillo en busca del baño, con una taza en la mano y descalzo. No podía dormir ni pensar. Ese insistente rumor, el rechinar de las ruedas mordiendo los rieles no me dejaba dormir ni pensar. Salí al pasillo en busca del baño, con una taza en la mano y sin zapatos. Caminé a tientas hasta llegar a una puerta débilmente iluminada. No sabía si estaba ocupado, me arrodillé para mirar por la rendija bajo la puerta y no vi nada. Me levanté, y con sigilo puse mi oreja sobre la madera. La puerta cedió y tras ella apareció una imagen como un fantasma. Una aparición bajo la noche estrellada. Era una mujer ligeramente vestida. Su ropa holgada permitía ver una espalda amplia sudorosa, el cabello ondulado cayendo como lluvia sobre sus hombros blancos. Estaba descalza, como yo;  miraba por la ventana con la mitad de su cuerpo afuera.  Entré en silencio y apenas dio vuelta la cara para verme.  Me miró de arriba abajo con los labios entreabiertos, y luego volteó nuevamente el rostro hacia el paisaje que veloz se alejaba. “vine a refrescarme, hace calor” dije. Temí que no me hubiese oído, pero pronto contestó con una voz leve como murmullo, como brisa que pasa sobre la hierba:

“Mojate y ven a la ventana, el viento se encargará de enfriarte”

 Le hice caso, estaba como en trance. Me quité la camisa y con mis manos, mojé mi pecho y mi cuello. Caminé unos pasos hasta estar junto a ella, detrás de ella. Mis manos se movieron por si solas. Las estiré hasta alcanzar su falda y la levanté sobre sus caderas. No movió ni un músculo y sin mirarme habló:

“Quítate el pantalón, deja que la noche te vea”

Yo estaba hipnotizado, embriagado con el aroma dulce que emanaba de pelo, con la luz que irradiaba su piel clara. Ya ni siquiera tenía que hablarme pues mi cuerpo respondía directamente a sus pensamientos.  Me arrodillé frente a ella, y presionando mis labios contra los suyos le oí decir:

“La luna está caliente, no quiere que me duerma”