miércoles, 24 de septiembre de 2008

Selección discusión acerca de Dios

COPLESTON: ¿Está de acuerdo conmigo en que el problema de Dios es un problema de gran importancia? Por ejemplo, ¿está de acuerdo en que si Dios no existe, los seres humanos y la historia humana pueden no tener otro fin que el fin que ellos decidan elegir, lo cual, en la práctica, significaría el fin que impusieran los que tienen el poder de imponerlo?

RUSSELL: Hablando en sentido general sí, aunque tendría que poner alguna limitación en su última cláusula.

(...)

COPLESTON: No, no es así, pero no se puede decir que no existe hasta que se tenga un concepto de lo que es la existencia. En cuánto a la frase «círculo cuadrado existente» yo diría que carece absolutamente de significado.

RUSSELL: Completamente de acuerdo. Entonces yo diría lo mismo en otro contexto con referencia a un «ser necesario».

(...)

RUSSELL: Sí, veo claramente la distinción. Pero, al mismo tiempo, un ser con el conocimiento suficiente podía decir «¡Aquí está este ser cuya esencia supone existencia!»

COPLESTON: Sí, ciertamente, si alguien viera a Dios, vería que Dios tiene que existir.

RUSSELL: Por eso digo que hay un ser cuya esencia supone existencia aunque no conocemos esa esencia. Sólo sabemos que existe ese ser.

COPLESTON: Sí, yo añadiría que no conocemos la esencia a priori. Sólo a posterior i, a través de nuestra experiencia del mundo, llegamos a un conocimiento de la existencia de ese ser. Y entonces, uno dice, la esencia y la existencia tienen que ser idénticas. Porque si la esencia de Dios y la existencia de Dios no son idénticas, entonces habría que buscar más allá de Dios alguna razón suficiente de esta existencia.

RUSSELL: Luego, todo gira en torno a la cuestión de la razón suficiente y tengo que declarar que no me ha definido aún la «razón suficiente» de un modo que yo pueda comprender. ¿Qué entiende por razón suficiente? ¿No quiere decir causa?

(...)

COPLESTON: Bien, para fines prácticos, sí, pero teóricamente esa es sólo una explicación parcial. Una explicación adecuada tiene que ser últimamente una explicación total, a la cual no se puede añadir nada más.

RUSSELL: Entonces sólo puedo decir que usted busca algo que no se puede obtener, y que no debemos esperar obtener.

COPLESTON: El decir que no se ha hallado es una cosa; el decir que no debe buscarse me parece demasiado dogmático.

RUSSELL: Bien, no lo sé. Quiero decir que la explicación de una cosa es otra cosa que hace la otra cosa dependiente de otra cosa aún, y que hay que captar todo este lamentable sistema de cosas para hacer lo que usted quiere, y eso no lo podemos hacer.

COPLESTON: ¿Pero va a decir que no podemos o que no deberíamos siquiera presentar la cuestión de la existencia de esta lamentable serie de cosas... de todo el universo?

RUSSELL: Sí. No creo que tenga ningún sentido. Creo que la palabra «universo» es una palabra útil con relación a algo, pero no creo que represente algo que tenga un significado.

(...)

COPLESTON: Bien, ¿por qué detenernos en un objeto particular? ¿Por qué no presentar la cuestión de la causa de la existencia de todos los objetos particulares?

RUSSELL: Porque no veo la razón de pensar que la hay. Todo el concepto de causa está derivado de nuestra observación de cosas particulares; no veo ninguna razón para suponer que el total tenga una causa, cualquiera que sea.

(...)

COPLESTON: Entonces, ¿está de acuerdo con Sartre en que el universo es lo que llama «gratuito»?

RUSSELL: Bien, la palabra «gratuito» sugiere que podría haber algo más; yo digo que el universo existe simplemente, eso es todo.

(...)

RUSSELL: Puedo ilustrar lo que a mi parecer es una falacia suya. Todo hombre existente tiene una madre y me parece que su argumento es que, por lo tanto, la raza humana tiene una madre, pero evidentemente la raza humana no tiene una madre: esa es una esfera lógica diferente.

COPLESTON: Bien, realmente no veo ninguna paridad. Si dijera «todo objeto tiene una causa fenomenal; por lo tanto, toda la serie tiene una causa fenomenal», habría una paridad; pero no digo eso; digo todo objeto tiene una causa fenomenal si insiste en la infinidad de la serie, pero la serie de causas fenomenales es una explicación insuficiente de la serie. Por lo tanto, la serie tiene, no una causa fenomenal, sino una causa trascendente.

RUSSELL: Eso es presuponiendo siempre que no sólo cada cosa particular del mundo sino el mundo en total tiene que tener una causa. No veo la razón para esa suposición. Si usted me la da, le escucharé.

(...)

COPLESTON: Seguramente hay una primera causa dentro de un cierto campo elegido. Es una primera causa relativa.

RUSSELL: No creo que diga eso. Si existe un mundo en el cual la mayoría de los acontecimientos, pero no todos, tienen causas, el científico podrá describir las probabilidades e incertidumbres suponiendo que este acontecimiento particular en que uno está interesado, probablemente tiene una causa. Y como, en cualquier caso, no se tiene más que la probabilidad, con eso basta.

COPLESTON: Puede ocurrir que el científico no espere obtener más que la probabilidad, pero, al plantear la cuestión, supone que la cuestión de la explicación tiene un significado. Pero su criterio general es, entonces, Lord Russell, que no es legítimo ni plantear la cuestión de la causa del mundo, ¿no es así?

RUSSELL: Sí, esa es mi posición

(...)

RUSSELL: Verá, yo entiendo que hay cosas buenas y cosas malas. Yo amo las cosas que son buenas, que yo creo que son buenas, y odio las cosas que creo malas. No digo que las cosas buenas lo son porque participan de la divina bondad.


COPLESTON: Si, pero ¿cuál es su justificación para distinguir entre lo bueno y lo malo, o cómo considera la distinción entre lo uno y lo otro?

RUSSELL: No necesito justificación alguna, como no la necesito cuando distingo entre el azul y el amarillo. ¿Cuál es mi justificación para distinguir entre azul y amarillo? Veo que son diferentes.

COPLESTON: Convengo en que esa es una excelente justificación. Usted distingue el amarillo del azul porque los ve pero ¿cómo distingue lo bueno de lo malo?

RUSSELL: Por mis sentimientos.

COPLESTON: Por sus sentimientos. Bien, eso era lo que preguntaba yo. ¿Usted cree que el bien y el mal tienen referencia simplemente con el sentimiento?

RUSSELL: Bien, ¿por qué un tipo de objeto parece amarillo y el otro azul? Puedo dar una respuesta a esto gracias a los físicos, y en cuanto a que yo considere mala una cosa y otra buena, probablemente la respuesta es de la misma clase, pero no ha sido estudiada del mismo modo y no se la puedo dar.

(...)

COPLESTON: Sí, completamente cierto en la imaginación. Pero ese es mi criterio. No apruebo esos actos, y sé que usted no los aprueba, pero no veo la razón de no aprobarlos, porque, después de todo, para el comandante de Belsen esos actos eran agradables.

RUSSELL: Sí, pero ve que en este caso no necesito más razones que en el caso de la percepción de los colores. Hay personas que piensan que todo es amarillo, hay gentes que sufren de dicteria, y yo no estoy de acuerdo con ellas. No puedo probar que las cosas no son amarillas, no hay prueba de ello, pero la mayoría de la gente conviene conmigo en que el comandante de Belsen estaba cometiendo errores.

COPLESTON: Bien, ¿acepta alguna obligación moral?

RUSSELL: El responder a eso me obligaría a extenderme mucho. Hablando prácticamente, sí. Hablando teóricamente, tendría que definir la obligación moral muy cuidadosamente.

COPLESTON: Bien, ¿cree que la palabra «debo» tiene simplemente una connotación emocional?

RUSSELL: No, no lo creo, porque, como decía hace un momento, uno tiene que tener en cuenta los efectos, y yo opino que la buena conducta es la que probablemente produciría el mayor saldo posible en valor intrínseco de todos los actos posibles de acuerdo con las circunstancias, y hay que tener en cuenta los efectos probables de una acción al considerar lo que es bueno,

(...)

RUSSELL: No me gusta la palabra «absoluto». No creo que haya nada absoluto. La ley moral, por ejemplo, cambia constantemente. En un período del desarrollo de la raza humana casi todo el mundo pensaba que el canibalismo era un deber.

COPLESTON: Bien, no veo que las diferencias en los juicios morales particulares sean ningún argumento concluyente contra la universidad de la ley moral. Supongamos por el momento que hay valores morales absolutos; incluso con tal hipótesis sólo se puede esperar que diferentes individuos y diferentes grupos tengan diversos grados de la percepción de esos valores.

RUSSELL: Me siento inclinado a pensar que «debo», el sentimiento que uno tiene acerca de «debo», es un eco de lo que nos han dicho nuestros padres y nuestras ayas.

COPLESTON: Bien, yo me pregunto si se puede acabar con la idea de «debo» solamente en los términos de ayas y de padres. Realmente no sé cómo puede ser llevada a nadie en otros términos que los propios. Me parece que, si hay un orden moral que pesa sobre la conciencia humana, entonces ese orden moral es ininteligible aparte de la existencia de Dios.

RUSSELL: Entonces, tiene que decir una de dos cosas. O Dios sólo habla a un pequeño porcentaje de la humanidad —que da la casualidad que le comprende a usted—, o deliberadamente dice cosas que no son ciertas, cuando habla a la conciencia de los salvajes.

COPLESTON: Bien, yo no sugiero que Dios dicta realmente los preceptos morales a la conciencia. Las ideas humanas del contenido de la ley moral dependen ciertamente en gran parte de la educación y del medio, y un hombre tiene que usar su razón al estimar la validez de las ideas morales reales de su grupo social. Pero la posibilidad de criticar el código moral aceptado presupone que hay un patrón objetivo, que hay un orden moral ideal, que se impone (quiero decir, cuyo carácter obligatorio puede ser reconocido). Creo que el reconocimiento de este orden moral ideal es parte del reconocimiento de la contingencia. Implica la existencia de un real fundamento de Dios.

(...)

RUSSELL: No. Yo no imitaría la conducta de un perro rabioso. El que no lo hiciera no incumbe a la cuestión que estamos discutiendo.

COPLESTON: No, por si da una explicación utilitaria del bien y del mal en términos de consecuencias, podría sostenerse, y yo supongo que algunos nazis mejores lo habrán sostenido, que, aunque es lamentable proceder de este modo, sin embargo, a la larga el saldo de la dicha es mayor. No creo que usted diga eso ¿verdad? Yo creo que usted dirá que esa acción es mala, en sí, aparte de que aumente o no la dicha general. Entonces, si está dispuesto a decir esto, creo que tiene que tener cierto criterio del bien y del mal, al margen del criterio del sentimiento. Para mi, ese reconocimiento tendría como último resultado el reconocimiento de Dios, como suprema razón de los valores.

RUSSELL: Creo que nos estamos confundiendo. No es el sentimiento directo hacia el acto el que me sirve de juicio, sino más bien el sentimiento hacia sus efectos. Y no puedo reconocer circunstancia alguna en la cual ciertas clases de conducta como las que ha estado discutiendo, podrían causar un bien. No concibo circunstancias en las cuales pudieran tener un efecto beneficioso. Creo que las personas que lo creen se engañan. Pero si hubiera circunstancias en las que produjesen un efecto beneficioso, entonces podría verme obligado a decir, aunque de mala gana, «No me gustan esas cosas, pero las aceptaré», como acepto el Código Penal, aunque el castigo me molesta profundamente.

Y, finalmente...

COPLESTON: Bien, quizás ha llegado el momento de que yo haga un resumen de mi posición. He discutido dos cosas. Primero, que la existencia de Dios puede ser probada filosóficamente, mediante un argumento metafísico; segundo, que sólo la existencia de Dios da sentido a la experiencia moral y a la experiencia religiosa del hombre. Personalmente, opino que su modo de explicar los juicios morales del hombre lleva inevitablemente a una contradicción entre lo que exige su teoría y sus juicios espontáneos. Además, su teoría termina con la obligación moral, y eso no es una explicación. Con respecto al argumento metafísico, aparentemente estamos de acuerdo en que lo que llamamos mundo consiste sencillamente en seres contingentes. Es decir, en seres carentes de razón de su propia existencia. Usted dice que la serie de acontecimientos no necesita explicación: yo digo que, si no hubiera un ser necesario, un ser que tuviera que existir y no pudiera dejar de existir, no existiría nada. La infinidad de la serie de seres contingentes, aun probada, sería impertinente. Hay algo que existe; por lo tanto hay algo que tiene que explicar este hecho, un ser que esté fuera de la serie de seres contingentes. Si usted hubiera admitido esto, podríamos haber discutido si ese ser es personal, bueno, etc. En el punto que hemos realmente discutido, si hay o no un ser necesario, yo me hallo de acuerdo con la gran mayoría de los filósofos clásicos.


Usted mantiene, según creo, que los seres existentes existen sencillamente, y que no hay justificación para presentar la cuestión de la explicación de su existencia. Pero yo querría indicar que esta posición no puede ser sustanciada mediante el análisis lógico; expresa una filosofía que necesita prueba. Creo que hemos llegado a un callejón sin salida porque nuestras ideas filosóficas son radicalmente diferentes; me parece que lo que yo llamo una parte de la filosofía, usted lo llama el total, al menos en lo que es racional la filosofía. Me parece, si me perdona que se lo diga, que además de su sistema lógico, que llama «moderno» en oposición a la lógica anticuada (un adjetivo tendencioso) , mantiene una filosofía que no puede ser verificada mediante el análisis lógico. Después de todo, el problema de la existencia de Dios es un problema existencial mientras que el análisis lógico no trata directamente de los problemas de existencia. Luego, a mi entender, declarar que los términos que supone una serie de problemas carecen de sentido, porque no son necesarios para tratar otra serie de problemas, es establecer desde el principio la naturaleza y la extensión de la filosofía, y esto en sí mismo es un acto filosófico que necesita justificación.

RUSSELL: Bien, yo diré también unas palabras como resumen. Primero, en cuanto al argumento metafísico: no admito las connotaciones del término «contingente» o la posibilidad de explicación en el sentido del padre Copleston. Creo que la palabra «contingente» inevitablemente sugiere la0 posibilidad de algo que no tendría lo que llamaría usted el carácter accidental de existir solamente, y no creo que esto sea verdad excepto en el sentido puramente causal. A veces se puede dar una explicación causal de algo diciendo que es el efecto de otra cosa, pero esto es sólo referir una cosa a otra y no hay —a mi entender— explicación alguna en el sentido del padre Copleston, ni tiene sentido tampoco llamar «contingentes» a las cosas, porque no podrían ser de otra manera. Esto es lo que yo diría acerca de eso, pero querría decir unas palabras acerca de la acusación del padre Copleston de que considero la lógica como el total de la filosofía, lo cual no es así. No considero en absoluto la lógica como el total de la filosofía. Creo que la lógica es una parte esencial de la filosofía y que la lógica tiene que ser usada en filosofía, y creo que en eso él y yo estamos de acuerdo. Cuando la lógica que él usa era nueva, a saber, en la época de Aristóteles, hubo que darle una gran importancia; Aristóteles le dio una gran importancia a la lógica. Ahora se ha hecho vieja y respetable y no hay que darle tanta importancia. La lógica en que yo creo es relativamente nueva y, por lo tanto, tengo que imitar a Aristóteles dándole mucha importancia; pero no es que yo crea que es toda la filosofía, no lo creo. Creo que es una parte importante de la filosofía y, cuando digo eso, que no hallo un significado para esta o la otra palabra, es una posición de detalle basada en lo que he averiguado sobre esa palabra particular, al pensar acerca de ella. No es la posición general de que todas las palabras usadas en metafísica carecen de sentido, o cosa semejante, que realmente yo no creo.

Con respecto al argumento moral encuentro que cuando se estudia antropología o historia hay gentes que piensan que su deber está en realizar actos que yo considero abominables y, por lo tanto, no puedo atribuir origen divino a la materia de la obligación moral, cosa que el padre Copleston no me pide; pero creo que incluso la forma de la obligación moral, cuando tiene la forma de ordenar a uno que se coma a su padre, por ejemplo, no me parece una cosa muy noble y bella; y, por lo tanto, no puedo atribuir origen divino a este sentido de obligación moral que creo que puede explicarse fácilmente de otras muchas maneras.


En Bertrand Russell, Por qué no soy cristiano
Traducido por Josefina Martínez Alinari 
Barcelona, EDHASA, 1979

viernes, 12 de septiembre de 2008

Carta con motivo de la "Ausencia de la imagen del actor "

Fuí a verlos, estuvo interesante, muy cercano a la performance en ocasiones pero en otras tb había cierta narratividad, como el cuadro del interior con luz roja y música envasada, puede que sea una especie de lugar común pero creo que funcionó muy bien. El cuadro de la ampolleta verde arrastrandose me gustó pero creo que el voltaje o la variación de este no estaba tan íntimamente relacionada con las variaciones de altura ni de intensidad del lloriqueo, pero cuando llega al borde superior de la puerta, ese cuadro quedó muy bonito. El globo que revientan dentro de la caja es buena idea pero creo que resultaría mejor si lo inflan hasta el máximo pues la explosión de hoy fué algo débil y como señal fué poco precisa. muy por el contrario los balazos me parecieron excesivos en el momento en que se suceden tan pegados, pero debe ser un problema de sensibilidad auditiva exagerada. Las luces bajo los pies del público y su alternancia tb me pareció muy bella. Las cajas remiten a algo concreto? alguna metáfora ahí? 
Me pareció en sobremanera extraña la reacción del público que reía constantemente, nunca entendí bien de qué, salvo el momento en que baja una caja de refrigerador por la escalera del costado izquierdo, en ese momento me reí yo inclusive. Ah, casi lo olvido, la nube de humo que toma forma casi plana o contraída gracias a los focos era muy inetresante tb, como un colchón o frazada, no sé, algo plano y amplio.

Me gustaría saber más de la propuesta, son diseñadores teatrales? me dió esa sensación, tb me hizo pensar bastante en las posibilidades discursivas de un escenario y sus luces y objetos, fue bastante revelador en ocasiones, los felicito. Pero quisiera saber, sus propias conclusiones, qué buscaban, con qué se encontraron y qué pretenden o esperan como reacción o recepción del público. También me interesaría ver más adelante cómo llevan a la práctica el aprendizaje y el vocabulario que obtengan de estas experiencias en contextos de puestas en escena con textos lineales o digamos convencionales, o si es que en cambio pretenden no hacerlo y desarrollar temáticas no logocentricas o más bien, discursos sensoriales audio visuales. 


pd. Imagino que la comunidad de cartoneros de Santiago habrá quedado bastante damnificada por la baja en el volumen de cajas circulantes así que os pido o sugiero que cuando terminen las experiencias las reciclen o entreguen entre quienes las venden para vivir.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Extracto

(...)

Por otra parte, el arte tiene en común con la religión el que ambas aspiran a la convivencia con lo Absoluto. Digo convivencia, y no comprensión, intelección o explicación, porque para Tarkovski arte y religión son actividades metarracionales en sentido estricto, es decir: no contrarias a la razón (irracionales), ni ajenas a la razón (arracionales), sino que superan a la razón, cuando ésta ha agotado todo lo que tenía que decir. En toda biografía, según Tarkovski, la progresión en sentido artístico o en sentido religioso, la hace el hombre sin ayuda de las certezas que le pueden proporcionar su capacidad de razonar, su capacidad de deducir.

Llega un momento en que, tanto en la creación artística como en el progreso de la conciencia religiosa, es la fe, y nada más que la fe, la que puede señalar el camino de ese progreso. Es verdad que, a propósito de la creación artística, algunos poetas ya habían hablado antes que Tarkovski de la necesidad de la fe para crear. El cineasta conocía y admiraba el ensayo de García Lorca sobre la metáfora, donde trata precisamente de este tema. Y junto a Lorca, podríamos citar también a Rilke o a Tsvietaieva, por mencionar sólo algunos ejemplos de otras nacionalidades.

Tarkovski, sin embargo, iba más lejos que ellos, porque para él la fe no era sólo la sabia que mantendría unidos los elementos individuales, las relaciones de metáfora por las que los elementos dispares quedan asociados en la imagen artística, sino que el todo del arte, la obra de arte entendida en su conjunto tanto como la actividad misma del artista en el proceso de creación, ha de estar construida sobre la base de una fe en sentido no poético, sino ético: la creación artística ha de proceder de una elección moral, que se sustenta sobre convicciones éticas metarracionales, de consecuencias incalculables.

La imagen más bella de esta idea de Tarkovski la encontramos probablemente en el detalle de la Adoración de los Magos, obra de Leonardo da Vinci, con que Andréi abre su última película, Sacrificio. Como el ofrecimiento de un objeto valioso que uno de los Reyes hace a Jesús Niño, así el arte es también un regalo que se realiza con generosidad (no hay regalo sin sacrificio) en la convicción, nunca estrictamente racional, ni mercantilista ni enteramente garantizada ni tampoco comprobable, de que ese regalo es la expresión del cariño, del afecto, de la veneración, por parte del que hace el regalo, y sello o icono del afecto y de la gratitud con que se espera o se cree ser correspondido. 

Es bajo este aspecto moral como el arte está más emparentado con la religión, según Tarkovski. Como el hombre religioso tiene que someterse a la ascesis, al sacrificio de los propios intereses egoístas para entrar en comunicación con lo divino, así también el artista tiene que entregarse y perder su propia identidad y sacrificar el logro de sus intereses, si quiere que su obra se cargue de sentido, de relación con lo Absoluto y produzca por ello consecuencias duraderas sobre los espectadores. 

(...)

"El cine y el poder transformador de la belleza" Una convicción esencial de Andréi Tarkovski, conferencia pronunciada por Rafael Llano en la universidad de Zaragoza (España), el 10 de noviembre de 2003, con ocasión de las jornadas de presentación de su libro Andréi Tarkovski. Vida y obra (Filmoteca de Valencia, 2003).

martes, 9 de septiembre de 2008

Comentario Fight Club (El club de la pelea)

Recuerdo que la primera vez que la vi, no pude dormir. Estaba demasiado intranquilo, asombrado por el hecho de que, de haberlo querido, habría podido dormir perfectamente. Levantarme temprano, tomar el desayuno mirando de reojo la tele y tomar la micro para llegar a clases una vez más como cualquier día bajo el sol. Es que es sorprendente que después de una película como esta uno pueda seguir viviendo como si nada, como si vivir dormidos, como si la falta de contacto, la ausencia real de vida no fuese peor que la muerte misma. Pero a nadie le sorprende tal cosa porque todos pasamos por ello día tras día y noche tras noche. Y es que vivimos tan regalonamente, tan confiados y tan cómodos que no alcanzamos a notar lo poco que se parece una rutina a la vida. 
También recuerdo que cuando pequeño quería ser veterinario para ayudar a los animales, me gustaba comer con palitos y saltar en los charcos. Ahora un poco más grande miro las personas que conozco y me pregunto ¿le hacen justicia nuestras vidas a esos sueños? ¿En qué momento dejamos de soñar y nos conformamos con las horas de viaje silente y apretujado en esos vagones que viajan como tumbas bajo tierra? ¿en qué momento soñamos con tardes enteras desperdiciadas frente a una pantalla con un control remoto o un teclado entre los dedos? 
Esta película hace muy bien su pega de despertar al espectador, de abofetearlo de la modorra del sillón de su casa pero sorprendentemente (o no) con eso no basta. Porque una cosa es emocionarse con una película y disfrutar como niño chico viendo estallar uno tras otro los edificios de las financieras y trasnacionales -con los desafinados arpegios de los Pixies de fondo- pero otra muy distinta es tomar el mensaje en serio y darse a la tarea de boicotear al sistema consumista e idiotizante en que vivimos. Por eso que esta película por entretenida y potente que sea te deja un sabor amargo en la boca, uno que puede quedarse horas o días enteros sin dejarte dormir. Y en esas horas de vigilia que pasamos mirando el techo, pensamos y pensamos y sin notarlo soñamos con ser el hombre valiente, inescrupuloso y decidido que si sería capaz de entrenar un ejército entero si es necesario con tal de realizar sus deseos, pero al mismo tiempo nos damos cuenta que si ese ser que imaginamos pudiese vernos en el calor y la comodidad de nuestra cama pensando y divagando hasta altas horas sobre como mejorar al mundo, probablemente lo primero que este hombre haría sería darnos un combo en la cara. Y tendría toda la razón de hacerlo porque justamente es la gente como uno la que tiene así este mundo y lo peor es que ni siquiera podemos culpar a los medios por nuestra pasividad, porque hay mil documentales e incluso ficciones como esta. Honestamente, no tenemos excusas y son películas como esta las que nos dejan en evidencia. Yo al menos lo agradezco pero quien sabe si a alguien le incomode.

PD. Increíble que se las hayan arreglado para meter una historia de amor en la historia.


martes, 2 de septiembre de 2008

Creo que lo que más feliz hace a mi madre es jugar con su nieta y sobrina mia Trini. El sabado recién pasado lo hicimos los tres juntos en su pieza, en su piso con autitos guardados de mi infancia y de mi hermano. Lo pasé muy bien. Uno tuvo un accidente trágico pero gracias a Ford otro de los presentes sabía mecánica y le devolvió el girar "siento las ruedas doctor!" Mi mamá se reía a carcajadas mientras Trinidad miraba como si por dentro se riera pero sin comprender el dramatismo del suceso. Me hizo muy bien.