domingo, 24 de agosto de 2008

Séptimo día

 
Los perritos se alegran porque los sacan a pasear y pueden olfatearse tranquilos, descubriendo en las pieles de sus amigos las huellas de toda la semana, salvo claro por el perrito pituco cuyos padres bañaron. Él no tiene historia semanal que contar, pero luce orgulloso una piel nueva, un cabello radiante por el que puedes pasar los dedos, o garras
Los niños en las plazas comparan sus ombligos, las ancianas ríen a carcajadas contando las maldades de sus nietos y prometen juntarse (ahora si) a jugar briscas
Los niños pequeños corren tras pelotas, los más grandes corren tras las faldas y las niñas sonrojadas arrancan sin prisa con la secreta esperanza de ser atrapadas
Los abuelos se rien jugando dominó, fantaseando con amores juveniles, inventan finales alternativos; se exculpan y comprenden mientras beben mate amargo
Los hombres y las mujeres se miran largamente, redescubren en el otro los ojos del mundo, sus propios ojos y los de sus hijos. Juntan sus cabezas respirando el aroma mutuo, hundiendo el rostro en el pecho y apretandose en un abrazo fuera del tiempo.

Los domingos nos despiertan, nos devuelven a la vida
nos rescatan de la semana y del olvido

viernes, 15 de agosto de 2008

Castidad


Aunque estaba pronta a entregarse, me abstuve de ella,
y no obedecí la tentación que me ofrecía Satán.
Apareció sin velo en la noche, y las tinieblas nocturnas,
iluminadas por su rostro, también levantaron aquella vez sus velos.

No había mirada suya en la que no hubiera incentivos
que revolucionaban los corazones.

Mas di fuerzas al precepto divino que condena
la lujuria sobre las arrancadas caprichosas del corcel
de mi pasión, para que mi instinto no se rebelase
contra la castidad.

Y así, pasé con ella la noche como el pequeño camello sediento
al que el bozal impide mamar.

Tal, un vergel, donde para uno como yo no hay
otro provecho que el ver y el oler.

Que no soy yo como las bestias abandonadas
que toman los jardines como pasto.


De BEN FARACH, de Jaén,
autor del Libro de los Huertos.
(m. 976)

lunes, 11 de agosto de 2008

El concepto ficción me preocupa. Uno siempre usa interlocutores en sus obras, ahora recién leía una que escribi a principios de año, en uno de esos típicos arranques de desborde emocional. Hablan dos personajes y uno claramente soy yo, y dice cosas tan fuertes sobre si mismo que me impresinoa y me sobrepasa verlo también aquí en otros escritos mucho menos fuertes pero igualmente sinceros y casi inconcientes. Porque cuando escribo algo parece siempre que me digo que es ficción y que escribiendo puedo jugar a mirar con otros ojos y actuar con otras conductas que no son las mias, pero lo fuerte es que en general escribo como si fuese yo el personaje, como si no fuese ficción alguna y el plantearme ante la escritura con el rotulo ficción es solo un cojín emocional gracias al cual puedo hablar con libertad y profundidad más allá de mis jueces internos. Ahora lo más preocupante no es que eso pase en este espacio virtual, pero me pregunto ante algunas palabras del personaje del escrito ya mencionado, si es que yo sería capaz de vivir así como yo mismo digo através de la supuesta ficción. Y me respondo que no, que incluso cuando vivo juego a aplicar criterios ajenos probados y comportarme como si fuese un ejercicio ficcional, un ensayo de vida, y que nada de eso que pasa pasa definitivamente, que todo es replanteable tanto mental como practicamente...

[...]

lunes, 4 de agosto de 2008

game over

Termina la película, aparecen los créditos y la gente se levanta. Está sentado en medio de la oscuridad y del silencio que de apoco se apodera del ambiente a medida que la música concluye.
Con la mirada fija en la pantalla, la cabeza sigue dandole vueltas a los "y si en vez de" o "habría sido mejor que" pero ya es tarde, fuera de toda discusión acabó. Y qué se hace entonces?
Los nombres dejan de aparecer, las luces se encienden y los empleados barren la sala recogiendo los restos (vestigios) dejados por las personas ahora ausentes. Pero una se niega a salir, le cuesta aceptar que la película terminó, o más bien, no sabe cómo integrar eso en su vida.
Detesta los finales abiertos, les considera de mal gusto. O se cierra o no se cierra y si no se cierra no se baja el telón, o al menos no debería. Pero sin ninguna consideración lo hace y le deja ahí sentado, cubriendo con las manos su vientre, subiendo el cuello de la chaqueta y buscando el cigarro que prometió dejar. Pero no lo encuentra, ahora es él quien le dejó.
Más vale acostumbrarse, así es la vida. Mejor irse caminando, la noche está estrellada y no hace tanto frio.