miércoles, 26 de enero de 2011

1-3-2-4 (diario de un día)

Aveces pasa que uno ve algo que se quiere comprar hace mucho tiempo, pero por el precio y las circunstancias no se decide a comprarlo y luego de varias semanas, quizás un mes, lo vuelve a encontrar, a la mitad del precio, la misma edición, también nuevo, el mismo libro que leí hace siete años y que hace solo dos que se puede encontrar en librerías. La raja.

Pasé por el mismo camino que hago cada día con solo una hora de diferencia, una hora más temprano. Adosada a la peluquería que la muchacha pelirroja se sentía tan tentada por entrar, y que nunca entró, encontré una tienda de ropa para gente joven. ME acerqué a mirar, sin fijarme demasiado en los detalles, identifiqué la división que separaba la ropa de hombre de la de mujer. Como siempre las poleras eran bonitas en corte y colores pero estaban irremediablemente arruinadas con logos o palabras. Le pregunté al caballero que estaba sentado hojeando un diario y cuyo desinterés absoluto por la ropa y el resto de cosas dentro de la peluqería delataban que era el dueño por los precios en promedio de los pantalones. Me respondio algunos precios. Establecí el promedio. Le pregunté si es que la tienda era nueva y replicó que si, que solo estaba ahí desde hace tres o cuatro meses. Me retiro sin dar muestras de asombro. Hace tres o cuatro meses que paso por la misma calle, en la mañana y en la noche, incluso en la tarde, y nunca, desde la fecha supuesta de este cambio, noté que estaba ahí.

No se porqué o basado en qué me sentí decepcionado cuando el que atendía el puesti de frutas me pesó el kilo de paltas que le pedí, puso las más pequeñas y de peor aspecto. Incluso exagero al describirlas así, pero en ese minuto me dije que no le iba a comprar de nuevo, como si una simple transacción palta-dinero pudiese cimentar una relación casero-feriante. Por otro lado, los dueños del café en el que trabajo piensan que si, o que se puede simular esa relación y obtener la fidelidad del cliente que les pague (pagó) sus casas en la playa. Ese feriante no sabe nada de negocios, y yo soy un ingenuo.



Miro la hora y me fijo que logré un adelanto de una setenta y cinco minutos comparado con la hora habitual a la que llego a mi casa. Camino indeciso ya que no hay [tanta] necesidad de apurarme. Frente a una casa, una muchacha de 11-12 años, va entrando a su casa desde el jardín, y me percato que, bajo un árbol, hay un perro amarrado con poquísimo espacio para moverse (ya que la cuerda está enroscada a una rama). Lo miro y pienso en lo penca que es la gente, lo mal que tratan a sus mascotas, en lo que me dijo mi amigo con el que hablé en ahumada con huerfanos, donde se encontraba tratando de encontrar "dueños" para animales abandonados. Algunas personas se le acercaban a mirar los gatos/perros que tenían, algunos preguntaban si no tenía de otro tamaño o color, algunos preguntaban donde se podía ir a "botar" perritos, y otros más elegantes donde se podían ir a "depositar". Pienso por un segundo [toda la rumia anterior no califica de pensamiento] y me doy cuenta de que lo menos que puedo hacer es escribirle una nota a los dueños de la casa. Pienso denuevo en las complicaciones, la mochila pesada, tendría que sacar todo para ubicar la croquera, pienso por segunda vez, le arranco la hoja inútil inicial a mi libro nuevo, tomo un lapiz de mi banano y escribo.
Miro la hora. Llego una hora y diez minutos antes de lo normal a mi casa. Me como un durazno. Y luego otro.

No hay comentarios: