domingo, 13 de julio de 2008

Nostalgia


Había algo en el pasado devorando cada instante, robándonos el presente cada segundo que le abrumaba y le producía un sentimiento de melancolía del que no podía escapar. Una nostalgia del futuro que tarde o temprano caería en las fauces del pasado; ese pasado que no es siquiera memoria, que no permite participación ni reconstrucción de los hechos, que permite apenas la contemplación inútil del deterioro de los momentos, del fundirse y mezclarse de unos en otros, de su lenta e inevitable disolución.

Era anciano, mas no demasiado. Le gustaba pensar que conservaba su salud fuerte gracias a la costumbre de caminar varias horas seguidas cada tarde. Por eso los días de lluvia siempre le traían pena, no podía evitar pasar justamente la misma cantidad de tiempo que hubiese utilizado en caminar, observando por las ventanas de su departamento la calle. Miraba un rato por la ventana norte, desde ella podía ver con claridad y detalle todo cuanto ocurría entre el negocio de enceres donde acostumbraba comprar y la entrada del metro. Después, cansado de mantenerse quieto, enfilaba por el pasillo pasando el dedo sobre la cómoda y repasando con la vista alternativamente las fotos y los libros.
Las fotos retrataban hermosos momentos de encuentro, de triunfo y de despedidas. Las había encontrado en diversos lugares, algunas las compró y otras las recortó de algún diario o revista. Al principio las tomaba como fuente de inspiración para imaginar diferentes historias pero con el paso del tiempo, sorprendido comprobó que todas ellas podían mezclarse en un solo relato, un relato sospechosamente parecido a una vida. No la suya, por supuesto, sin embargo habían numerosos sucesos comunes que calzaban perfectamente y que le hacían pensar que ambas no eran mas que diferentes versiones o diferentes cursos de una misma vida. Pensaba que si no hubiese estallado en llanto aquella mañana; que si las gotas no lo hubiesen cegado talvez, solo talvez, entre sus recuerdos y sus fotos no habría tanta diferencia, y que cuando el tránsito de sus ojos llegaba al espacio que separaba el marco de una foto con el siguiente, su corazón no se sentiría tan vació.
Cuando llegó a la ventana ubicada justo en medio del pasillo, a un costado de la puerta de su baño, miró hacia el parque donde cada vez que hacía buen tiempo iba a estirar sus piernas. Ahora tenía que limitarse a observar desde el silencio de su pasillo los viejos árboles mecerse por el viento y temblar bajo las gotas. Entre los arbustos creyó observar una pareja acercarse, abrazarse, separarse, mover los brazos, y finalmente alejarse. Observó quieto como la mujer se llevaba las manos al pelo, o al rostro, darse vuelta hacia el muchacho que la miraba sin moverse, golpear con el pie al piso, dar nuevamente la vuelta y alejarse con andar pausado. Creía entender lo que pasaba ante sus ojos, podía suponer y atribuirles razones a uno, ponerse del lado del otro, mirarles con compasión, comprendiendo desde su ventana lo torpes que somos las personas para relacionarnos. Pensar que quizás en el fondo estaba bien que el muchacho no corriese a detenerla, que la dejara caminar sola como si nada bajo la lluvia, cruzar a destiempo la calle y perderse entre los autos y las motos y las gentes y los charcos. Pensaba que tal vez estuviese bien, que si fuesen el uno para el otro quizás, solo quizás, el destino se encargaría de que aquella tarde quedase en el recuerdo solo como un mal momento, producto de algún malentendido, de una descoordinación, del miedo, la ansiedad, la angustia o quién sabe qué cosa. Si realmente eran el uno para el otro, el destino no podría jamás dejar que esos besos bañados de lluvia fuesen los últimos en su historia común; que ese ultimo apretón de manos y juntarse de cinturas no podía ser la última vez que sus pieles se tocaran.
Bajó la vista hasta el piso cubierto de polvo, limpió su nariz con la manga de su camisa y dió media vuelta al baño. Al entrar, no pudo evitar ver su rostro en esa ventana que colgaba sobre el lavamanos. Se encontró exactamente igual que siempre, se sintió exactamente igual que todos los días que el sol cansado daba paso a la lluvia y las nubes para que gobernaran los cielos. Pensó que también lo hacían en su corazón y que lluvia y nostalgia parecían unidas desde siempre en su interior. Trató de pensar en su infancia y solo obtuvo imágenes mudas. Recordó el interior de un automóvil, las ventanas cubiertas de gotas permitían apenas mirar hacia fuera a los autos y las personas correr alocadas tratando de escapar, de buscar un lugar donde cobijarse y pensó, estuvo seguro que si en ese momento hubiese podido elegir, habría soltado su mochila, abierto la puerta y escapado a toda velocidad a saltar en los charcos, mojarse los pantalones hasta más arriba de las rodillas y, de ser posible, hasta la camisa y el chaleco. Sintió como le oprimía la corbata y lo enrarecido del aire dentro del automóvil. Sintió pena por sí mismo, por haber sido niño y que a la vez no se lo hubiesen permitido; sintió pena por la lluvia, porque le habían arrebatado a sus hijos y a los hijos a su madre. Pensó en la intimidad que compartían hierba y árboles con los elementos, pensó en lo tonto del hombre al escaparse de ello y se sintió ridículo pensando todo esto sentado en su baño. Miró a su alrededor la frialdad de la loza, sintió el contraste entre la aplastante pulcritud de los azulejos y la calidez de su piel envejecida. No pudo soportarlo, se subió el pantalón y sin lavarse las manos se arrojó fuera del baño, del pasillo y del departamento. No esperó al ascensor y bajó a toda carrera las escaleras tropezándose y torciéndose el tobillo sin sentir dolor alguno.

Desde el umbral contempló atónito como las calles poco a poco iban siendo bañadas por el dorado y como el sonido de las gotas estallando contra el pavimento era opacado por un ensordecedor silencio. Apretó el timbre que le permitía abrir la puerta y se encontró frente a frente con una calle por un lado vacía, pero también plena de luz y de pureza. Temblando observó en el piso el reflejo de un cielo majestuosamente celeste, y en las hojas de los árboles el vibrante verde. Entre las copas una bandada de pájaros levantó el vuelo haciendo caer apretadas miles de gotas sobre el barro. El corazón le saltaba y parecía no caber en su pecho, respiraba entrecortadamente e inhalaba cada vez con más fuerza tratando de defender del tiempo el aroma que le rodeaba. Sus ojos brillaban cuando el pasado se presentó encarnado. Lo miró con calma, apretó el pasto entre sus dedos y lo llevó junto a su corazón y sus recuerdos. Cayó la luz sobre la tierra, levantó el vuelo una bandada y el viento arrastró consigo las últimas nubes junto con la memoria. Luego, el silencio.

6 comentarios:

Unknown dijo...

y no puede ser anciano a secas?
a secas literalmente, como las hojas secas q cayeron de los árbolos del forestal y crepitan con el viento("crepitar: hacer ruido como el de la sal en el fuego" ¿?)

mmm interesante esto de editar...de hecho hay varias partes donde me gustaría meter la cuch ara.

ara! dijo...

eh era yo desde otro mail, paveando pa variar(igual había firmado jeje)

ÁlvaroHerrera dijo...

ahi lo cambié, antes de ver tu comentario eso si :D

SebazeroX dijo...

Gran redacción
te envidio como ocupas las palabras para recrear espacios y sentimientos
y gran texto a todo esto
nostalgico...
me acorde de una frase...

"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió"

Joaquín Sabina

SebazeroX dijo...

Saludos compañero de mis aventuras cuerdisticas
dibujante de guias instructivas
coolaborador de hazañas instrumentales

antoniaruiztagle dijo...

cuentame árbolo: quien es tu musa inspiradora, si es un muso preséntamelo que quizás me puede servir. Ah metete al mail que te mandé una nueva propuesta.