sábado, 19 de abril de 2008

Un hombre cae del cielo justo en medio de una fiesta. Con él caen piñatas, globos, cerveza. Un ensordecedor ruido retumba en sus oídos, machacandole y machacandole hasta dividirlo en dos, pero no entero, sino quesolo del torso hacia arriba. Entonces sus ahora dos cabezas ,que miran cada una por su lado, deciden ponerse a rezar y besan la tierra en busca de alimentos y riquezas. Hacia tanto calor, tan arduamente buscaban comer y tener y tanto tiempo había pasado que decidieron fabricarse una casa donde guarecerse por las noches. Construyeron un templo hermoso con una corona en la torre. La construyeron tan alta como cuatro pisos más el techo, en dónde decidieron plantar un huerto. Decian que este era el mejor lugar en que planta alguna pudiese crecer puesto que estaba El cielo tan cerca de ellas que en ningún otro lugar sería tan pura el agua. Las plantas reaccionaron a tan desmedido esfuerzo y cuidado y crecieron en tal medida que pronto desbordaron la superficie del invernadero y siguieron creciendo eternamente bajando como lianas pero sobretodo en forma ascendente. El hombre y sus dos cabezas miraba de vez en cuando al cielo preguntandose que habría pasado con sus hijas; ya casi no pensaban en el pan ni en el oro y sólo se ocupaba de mantener limpio el templo. Un día, del cielo cayeron frutos y frutos por docenas cubriendo de celeste la planicie. Creció el pasto, nacieron piedras y de la tierra manó un aroma espeso como hervor de agua que ascendió a los cielos. Los hermanos hombre vivían en constante extasis provocado por el enarecido aire y en vez de orar, comenzaron a bailar constantemente para pronto caer en trance. Poco a poco la piel se les puso verde, los hojos de miel y los zapatos amarillos. Dejaban huellas de oro al caminar y esmeraldas cuando bailaban. Cuando dormian manaba de ellos un aroma tan espeso que cubrió de cristal toda planta que vivia entre las paredes del templo. Pronto los ladrillos se volvieron de metal y el hombre, cada día mas tenue y liviano, dejó de bailar. Con una inmensa sonrisa se sentó en medio del más grande salón de su templo -su corazón- y esperó tranquilamente hasta que su propio cuerpo no fue distinto al de una planta, metal o cristal. La casa y el hombre desde entonces fueron uno y por eso llamaron a su planeta LA CASA DIOS.

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