sábado, 25 de octubre de 2008

Recuerdo a propósito de las memorias de Armando Uribe

Yo era pequeño. Mi madre conocía a una mujer que cortaba el pelo y la contrataba para que lo hiciera sobre el mio y el de mi hermano. Le citaban en la casa de mis abuelos maternos, típicamente un domingo por la tarde. En esa época la tradición dictaba el siguiente orden: Desayuno, Misa, paseo por el parque y almuerzo en la casa de mis abuelos. 
Recuerdo que tanto mi hermano como yo nos relajabamos mucho cuando nos cortaban el pelo, sobretodo por el asunto de estar sentados en silencio ante la propia imagen, de tocarlo, de peinarlo; nos preguntaban constantemente cómo lo preferíamos, ante lo cual nuestra madre respondía presta con una ídea o concepto claramente definido de cual debía ser el resultado. Yo no le habría llevado la contra sobretodo porque en esa época no tenía opinión alguna a ese respecto. Me contentaba con toda esa atención que se nos daba. Además las sesiones siempre eran luego de almorzar y mi abuela tiene mano de angel para cocinar. Entonces, con la guatita llena y algo de sueño se reunían todas estas mujeres en el baño a opinar sobre mi peinado, y que yo era tan bonito (decía mi madre), y que tan bandido (decía mi abuela) y la peluquera que me quedaba tan tranquilo que daba gusto cortarme el pelo. Yo sólo sonreía mirandoles a espaldas de mi reflejo.
Al final del corte venía la pasada de la navaja que me hacían en la parte alta de la nuca. Me producia algo de nerviosismo pero también agrado el movimiento rápido y la sensación áspera que se quedaba por algunos minutos.
Cuando salía del baño, era el turno de mi hermano, y en el camino al living pasaba mirándome por sobre esa cómoda de infinitos cajones en los que invariablemente me sumergía para buscar algún tesoro que al encontrar guardaba en secreto entre mis ropas. Sobre ella, había un enorme espejo en el que podía apreciar la nueva imagen adquirida -que nunca era tan nueva pues siempre nos mantenían el mismo peinado con partidura al lado.
Recuerdo que uno de esos de por sí especiales días, la peluquera llevo a su hija. No sé que edad tenía ella y mucho menos recuerdo la mia. Puedo decir que no la suficiente, al menos en mi caso porque al llegar al living y verla sentada con sus largas piernas colgando sobre el sillón, lo primero que sentí fue susto. Mis ojos se abrieron enormemente y haciendo total uso de mi capacidad de autocontrol caminé suavemente como si nada pasara. Llegué hasta otro sillón cercano y deposité mi cuerpo coronado con una cabeza de escasa cabellera. Debe haber sido de las primeras veces en que pude dimensionar la importancia del corte de pelo, o de la proyección de imagen que de el resulta. 
Desde el principio su presencia me resultó incómoda así que con el rato fuí pensando argumentos que justificasen mi molestia. Primero pensé que estando ella viendo la televisión, ya no podría cambiarla a mi voluntad. Pensé también que si lo hubiese querido, no habría podido ponerme a saltar o jugar librememte, ahora debía considerar su opinión. Y por último pensé que si hubiese encontrado en los cajones algún objeto extraño que guardar, mi acto habría quedado registrado por los ojos claros de este testigo de cabellos largos y mirada serena; tan tranquila y ordenada frente a la televisión, sin siquiera darme una mirada, salundándome resuelta al verme llegar e indiferente ante mi ausencia de respuesta. La miré cuanto pude hasta que no aguanté más y me paré. 
Empecé a caminar dando vueltas por el pasillo, doblando hacia la cocina, cruzando el comedor y nuevamente llegando al living. Seguía ahí. De nuevo por la puerta, pasando la mano por las paredes del pasillo, mirando las figuras de las paredes, los rincones en la cocina, el espejo sobre la cómoda y la muchacha impávida en el sillón. Me devolví y por un rato la miré desde la ventana. Se para, da unas vueltas y camina hacia el baño con su mamá. Entonces, aprovechando su ausencia, rápidamente corro hacia el sillón, me siento y respiro aliviado. Pero regresa, y yo tiendo automáticamente a levantarme. Me pregunta que porqué me levanto cuando ella llega, yo no sé que responderle así que me siento. Ella cambia el canal y nos quedamos mirando monitos tranquilos.

  

4 comentarios:

Tristancio dijo...

¿El recuerdo es tuyo?
Es que me ha gustado mucho, tanto la historia como el modo de contarla. Parece de un niño antiguo, mejor dicho, de un señor mayor que recuerda. He ahí mi duda sobre el autor...

Es un texto gratísimo de leer.

Saludos.-

(Y el sistema económico imperante es una mierda!!).

ÁlvaroHerrera dijo...

pero hombre claro, no sería capaz de engañar a mis lectores, bueno a mi lector... gracias por comentar

Tristancio dijo...

Me deshago en disculpas por la duda... y te reitero: es un texto muy bueno.

° ° purplecat ° ° dijo...

Que bonito fue el relato, me gustó la parte de que te dabas mil vueltas mientras la niña seguia ahi...te veo ahora, y pienso que sigue pasando...

Cada vez que leo un texto tuyo,
siento que lo haces de una manera liberadora.
Que ya no es tanto la estructura, sino que lo que verdaderamente sientes.

Escribes con mas soltura no??

Me alegro mucho
que esta pagina sea una ventana
a ese verdadero Arbolo, que se esconde en su follaje y sus raices.

Besitos

Tere