domingo, 16 de diciembre de 2007

Tíc tác tíc tác tíc tác...

Gerundio, su perro, no daba muestras de socavo. Y cómo iba a hacerlo, no era capaz de siquiera levantarle la voz, cuánto mucho menos de darle un golpe. Eso sí, al menos mantenía la mirada baja como vago signo de que aún mostraba respeto. O cariño? Quizás admiración. Si es difícil entender el mundo con todo el aparataje nervioso que llevamos sobre el cuello, imaginaros qué tal siendo un perro. Aparte del hecho de que le mantengo atrapado entre una serie de paredes, con una que otra rendija entre los alambres de la reja. Se pone todo contento cuando pasa una perrita. Eso si, es hiper-gruñón, si pasa alguien con la más leve cojera, le ladra furioso. Y es sólo a cojos a quienes ladra. De vez en cuando a los niños cuando pasan corriendo, pero siempre a los cojos. Cosa rara que yo viva cerca de una clínica para cojos, y quién se iba a imaginar que tal cosa existía. Pero existe. Me lo dijo mi tía, la tuerta.
Era simpática mi tía. La tuve que dejar, me quitaba mucho tiempo. Supongo que estará mejor sin mí. El último tiempo que compartimos lo único que hacíamos era aburrirnos. El uno al otro, inclusive. No sé cómo pudimos resistir tanto, o cómo llegue a ponerme obsesivo con la idea de dejarle. Cada día, en el gimnasio, por cada sentadilla me decía “Tienes que dejarla”. Pero luego, cuando estábamos en mi casa aburriéndonos llegaba Gerundio, mi perro . En ese instante a mi tía se le prendía el alma, brillaba como nunca, o como siempre… que no estaba conmigo. Qué se yo... Gerundio también le adoraba, saltaba en su falda y le lambía el rostro entero. A mi me daba un poco de celos, aunque nunca estuve seguro de cuál de los dos. Puede que fuese de mi mismo, en esas cosas nunca se sabe. Esos eran los días de los períodos felices.Porque todo era periódico y él estaba tan consciente de ello que poco a poco aprendió a prepararse para los ciclos venideros.
Pensó en llevar en un calendario la cuenta de los días, pero se sorprendió de lo obsesivo que se estaba poniendo.
Dejé la idea de lado y me concentré en mis cursos de meditación Merkaba. Al principio no sabía si me estaba resultando o no, me costaba mucho darme siquiera el tiempo de practicar los ejercicios de respiración, pero no porque estuviese muy ocupado, si no que su obsesiva forma de ser le obligaba a preparar cada detalle que fuese o que pudiese (por último por si acaso) ayudarle a que el ejercicio le resultara. Velas, inciensos, palo santo y cuánta cosa, y cómo ni siquiera entendía bien qué significaba que resultase y perdía tanto tiempo en los preparativos previos que, sorprendido de sí mismo, decidió dejarlos.
Ahí fue cuando llegó el último período alto de nuestra relación. Casualmente fue en agosto. Casual digo por que ya por aquellas tardes nos pasabamos horas y horas peleando cómo gatitos sobre el tejado, evitando concisamente la mirada del viejo cansado que cada tarde se sentaba a dormir en su jardín. Luchábamos para que no nos viése sin imaginar que lo más probable era que ni aún si estuviésemos a su lado nos vería. Pero en la urgencia de la contienda nos olvidábamos de eso, y de todo lo demás. Una vez casi se cayó, pero justo en el momento oportuno, le recogío en su mano. Al ver que me había puesto en peligro, me sorprendí de mi actitud y decidí que la noche comenzaría. Dejé de verle pero en las mañanas (y las noches, sobretodo las noches) siempre le echaba de menos. Fue ahí cuando decidió meterse a un gimnasio para ocupar el tiempo que antes compartían y que ni la merkaba le había ayudado a olvidar. Se puso de pie, y contra el reloj escapó a toda velocidad. Una voz marchita le susurraba cada vez más fuerte, en la niebla, en sueños...
Por las mañanas despertaba muy ansioso transpirando, es que al principio la alarma siempre le despertaba y por la falta de costumbre se asustaba o se enojaba. Tenía que salir corriendo apurado y tomarse a penas un pésimo desayuno o nada. Luego de las sesiones de repetición se calmaba y podía seguir vivo por un tiempo. Los días corrían pasajeros uno tras otro pisándose los talones. A veces no dormía en dos días, pero luego dormía otro entero. Y así se mantenía semana tras semana, hasta que un cúmulo de quién sabe qué cosas lo traían de vuelta al orden binario. Y ternario, etc.

2 comentarios:

ÁlvaroHerrera dijo...

cuento o relato improvisado q escribi hace como dos años creo

Javiera Alfaro Nash dijo...

Cortázar estira el tiempo entre su mano y la tuya, y ambos vuelven a ser ese niño con ansias de nacer, desesperado por el mundo, por serlo por poseerlo. Un suspiro eterno, que se entrecorta mientras olvido que leo esas líneas que apasionan.