viernes, 7 de noviembre de 2008

A propósito de Eternal sunshine of the spotless mind

El olvido, como parte de la memoria, debe ser una de las mayores fuerzas que sostienen nuestro mundo. Nos provée de un sustento, una base de seguridad emocional tan necesaria que aún cuando el olvido no ha llegado, debemos comportarnos como si los recuerdos estuviesen sepultados. 

A veces decidimos dejar de ver a alguién que con su presencia revive el dolor como si nos hecharan sal o viangre sobre el pecho abierto. A veces alguien decide hacer eso con nosotros y al vernos simplemente vuelven el rostro hacia otro lado obviando nuesta existencia. 
Para mi es prácticamente imposible, incluso en la medida en que me esfuerzo concientemente por desligar mi mente de alguna persona, cuando evito y aborto en el momento mismo de su nascimiento el pensamiento que evoqua la existencia patente de aquella persona capaz de hechar por tierra cualquier avance en la busqueda de la paz mental, en la misma medida en que me avoco a tal esfuerzo es en la medida en que sus dominios se extienden por entre las tierras veladas de la subconciencia. Es así que cada cierto tiempo vienen a visitarme a la almohada diferentes personas que de un modo u otro o por diferentes motivos debieron ser desterrados de mi conciencia. Muchos de ellos adquirieron la residencia en el olvido por decisión propia, y la mía fue solo el modo de defenderme o de adecuarme a sus deseos. 
Pero en mi interior, por más que el tiempo pase y además en la medida en que este pasa, más difícil se me vuelve ignorar la existencia de las personas.
Basta una mirada con el rabillo del ojo, escuchar en la distancia su risa, verles conversar con alguien más y notar con claridad que su vista jamás toca la mía me hace redescubrir las cosas que alguna vez me ligaron a esa persona y que me hicieron valorarla como ser humano;
Cuántas veces no he tenido yo mismo que cerrar los ojos, apretarlos con fuerza para que ni un hilo de luz entre; taparse los oídos y abrazar tan fuerte algo que me tape el pecho, que lo oprima con fuerza, que a la vez lo cobije y le de el calor que tanto necesita y que al no obtener del mundo le obliga a saltar y saltar sin nada con que chocar, convirtiendo el pecho en un lugar demasiado extenso para un corazón que tiene mucho más que sangre para dar. 
Pero al fin y al cabo hay que seguir viviendo, más allá de sentirse dañado, de sentir que las cosas fueron mal hechas y que las personas y sobre todo las palabras -símbolo de los actos- fueron mal escogidas. 
Porque es sorprendente cuánto daño nos hacemos las personas al relacionarnos, y también sorprendente lo que estaríamos dispuestos a hacer con tal de dejar atrás el dolor. Renunciar a la memoria, la sustancia misma que ha forjado nuestra persona, las cosas que hemos hecho, los actos que hemos presenciado, los besos que hemos dado, los abrazos que nos han cobijado. 
Es increíble lo frágiles que somos, como si el dolor fuese algo tan ajeno a la vida que quien nos lo provoca no merece un espacio en la propia. Pero el dolor es la vida misma hablandonos demasiado fuerte quizás, la vida que así como amor tiene dolor y así como alegrías tiene penas. Quizás, antes de borrar a un ser humano bastaría simplemente esperar.

- espera 
- esperar qué?
- no lo sé! solo espera...

Quizás basten sólo unos segundos de esa sensación de frío, de vacío en el pecho, solo unos segundos, o talvez algunos minutos. El amor es breve pero también el dolor, y quizás si aprendemos a vivirlo podamos escuchar con calma de qué nos habla. Quien nos daña posee un gran poder sobre nosotros, un poder que felices le otorgamos a esa persona porque intuimos que también puede producirnos alegría y -si sabemos controlarnos- y con el paso del tiempo, y en el mejor de los casos, incluso alcanzar la paz.

1 comentario:

Tristancio dijo...

El olvido es terrible por donde se lo mire. Del él han escrito más que del amor los poetas... porque queremos olvidar y se empecina el recuerdo; sin embargo, cuánto duele ser olvidado, y qué fácilmente parece que nos olvidan.

Hay un verso que ha pasado de boca en boca. De Cernuda a Benedetti, y de Benedetti a Sabina, quien lo recreó en una de sus canciones:
"...una vez me contó, un amigo común que la vio, donde habita el olvido..." Y es Sabina también quien apuñala con "Y ya nadie me escribe diciendo no consigo olvidarte".

Podría(mos) escribir un tratado sobre el olvido y sus contornos...
Pero es mejor olvidarse de la idea.

Saludos.-