domingo, 14 de diciembre de 2008

En esos días yo andaba como achacado porque me habían pateado hace seis meses y en todo ese tiempo no había pasado nada de nada con nadie. Además que el año ya se estaba acabando en la U y tenía varios ramos morados con tendencia a decrecer hacia rojo. Uno de ellos era el de mi profe. Ese condenado profesor, ese condenado profesor y sus malditos mensajes cruzados. Alguna vez descubrí las fórmulas antes del tiempo presupuesto para un estudiante de mi curso. Él lo notó y comenzó a hacerme ofertas tentadoras. Estas requerían cada vez un mayor grado de compromiso de mi parte, y de su parte solo implicaban la presión y los retos que me prodigaba puesto que en aquella época mi mente o más bien mi interés estaba bastante alejado de las aulas. En la carrera que compartía sede con la nuestra había una muchacha muy guapa que por esos días pasó a convertirse en mi novia. Teníamos una relación bastante poco equilibrada. Ella acostumbraba participar de diversas competencias, en especial de natación. Yo nunca tuve un físico muy agraciado así que me deshacía en excusas para no meterme al agua con ella, en ocasiones incluso me escudaba en los deberes que mi querido profesor recetaba como el método especifico que permitiría que yo fuese desarrollando todo mi potencial.

Nunca que le creí demasiado cuando hablaba de mis capacidades, pensaba que ya estaba viejo y que quizás necesitaba proyectarse en alguien, que su vida hace tiempo se había tornado aburrida, incluso vacía. Digamos que su exitosa vida intelectual profesional le otorgó la confianza y fuerza para emprender una serie de proyectos financieros que redundaron en una vida económicamente holgada. Sumado a su éxito académico podría decirse que lo tenía todo. Mencioné a su esposa? Me contó que en alguna época en el cénit de su producción juvenil, viajando por Roma la conoció. Recuerdo con claridad como se aflojo la corbata y que ni siquiera notó que por encima del cinturón, la punta cuadrada de la camisa asomaba cuando sin siquiera ruborizarse me habló de sus trenzas. Unas trenza largas y castañas que caían sin ningún pudor por sobre su escote. La conoció a través de su padre, con quien trabó una rápida amistad luego de los exitosos negocios que mi profesor le sugirió. De ahí a almuerzos dominicales, salidas durante la semana por la tarde y a los pocos meses, pedirle su mano. Fue justo luego de eso cuando volvió a Chile a cosechar los frutos de sus esfuerzos. Desde ahí en adelante no pasó gran cosa en su vida, todo siguió el curso lógico esperable para un hombre de su talento, tan bien relacionado y, aún, tan joven. Entonces cuando luego de veinticinco años de casado, su ahora ex mujer le avisó -nótese "avisó"- que iba a volver a su Europa querida a tratar de recuperar el tiempo perdido y la brillante y prometedora carrera como restauradora de arte románico que abandonó por él, la cómoda y apacible vida que hace años transcurría y avanzaba como una esfera por un espacio curvo casi sin roce de pronto se encontró que todo el tiempo que esta esfera había estado avanzando en realidad caía y caía precipitándose hacia lo desconocido. Y bueno, cuando en medio de lo desconocido y la apreciable baja de sus finanzas apareció frente a él este joven estudiante aventajado, parecería lógico que si lograba hacerle ascender desde joven promesa a joven y exitoso hombre de negocios, su propia vida podría ser limpiada de las miradas de reojo y la conmiseración que aparecía en el rabillo de la su vista cada vez que andando por el pasillo dejaba atrás a las secretarias cuchicheantes.

Pero yo no podía concentrarme en redimirlo, estaba demasiado absorto en la contemplación de mi novia. Al principio ella me instaba y me instaba a nadar con ella sin siquiera sospechar que yo nunca aprendí a hacerlo. Cuando presa del pánico me encontré con ella en la entrada misma de las piscinas de la universidad, justo el día en que salimos de vacaciones de invierno, no pude encontrar excusa alguna que me liberase del deber de entrar con ella y darme un chapuzón, entonces, contra toda lógica no tuve más que confesar mi culpa, mi gran culpa: no sabía nadar. Ella no se escandalizó ni nada, simplemente me tomó de la mano y dicto por sobre el mostrador uno a uno los datos necesarios para llenar el formulario de inscripción en los cursos programados especialmente para esas semanas. En silencio asumí esa responsabilidad sin imaginar cuánta alegría trajo al corazón de mi novia verme poner mi firma sobre esa amarillenta hoja y su correspondiente copia. Esa noche recibí los beneficios de su alegría. Con frecuencia la recuerdo, no fue la primera, ni siquiera el mejor de nuestros encuentros, pero hubo algo ese día que lo hizo grabarse en mi memoria como un cigarro apagado sobre un mantel. Mientras lo hacíamos, comimos cerezas, nos reímos, bebimos vino helado y gritamos en silencio mientras nos robamos mutuamente el aire de las bocas. Sigue en mi mente con la misma claridad la imagen de sus piernas ciñendo mi cintura y mis manos recorriendo su espalda bajo ese hermoso cabello claro. Pero al poco tiempo todo cambió. Cumplimos ritualmente con los primeros pasos, en el sector menos profundo de la piscina de su edificio. Yo me sentía bastante ridículo pataleando mientras ella me sostenía de sus manos pero el día en que me sugirió usar flotadores no pude soportarlo y me avoqué por completo y por mi cuenta a la tarea de aprender a nadar del mejor modo posible en el menor tiempo. Dibujé un horario, hice un cronograma, proyecté niveles de avance en fechas concretas y seguí al pie de la letra lo planeado. Le dedicaba tantas horas a la natación que con el tiempo dejé de lado mi relación con ella y con mi profesor. Cada hora, cada minuto que tenía libre lo utilizaba en nadar o en ganar tiempo que luego pudiera utilizar en nadar. Fue en esa época cuando mi novia comenzó a ausentarse en la piscina. Recuerdo que un día justo antes de que su ausencia se hiciera permanente le vi conversando con otro tipo en el estacionamiento de bicicletas. Ni siquiera tuvo la delicadeza de romper formalmente conmigo, simplemente hundió los hombros y sonrió mientras se alejaba pedaleando junto a su nuevo amigo. Yo me quedé estático, creo que con la boca abierta -espero que no, debe haberse visto patético.

Así que bueno, esas cosas pasan y mientras más tiempo uno pierda en patalear, más tiempo dura el dolor así que yo no le di más vueltas y me concentré en mis estudios. O al menos, eso pretendí pero al parecer lo avanzado del semestre y las múltiples inasistencias a las clases de mi profesor habían hecho cambiar enormemente su disposición hacia mí. Ahora en vez de mostrarme el brillante futuro y los incontables lugares del mundo que podría conocer si seguía sus consejos habían desaparecido y fueron reemplazados por interminables discursos con inverosímiles metáforas sobre ser un profesional y hacer las cosas bien, y obviamente bien no es másomenos, o se está en un cien por ciento o no se está simplemente. Este país está lleno de gente que hace las cosas a medias, si uno quiere un lugar tiene que hacerlas perfectamente, no másomenos? me oyen? Claro que lo oía, de hecho cuando viajaba en metro hacia mi casa leyendo a toda velocidad y tratando de aprender en unas horas lo que no aprendí durante medio año, aún resonaban sus palabras en mi cabeza. Yo de todos modos no sabía cómo tomarlo. Porque, por una lado me dediqué cien por ciento, no? Quizás cuando me dedico a algo cien por ciento pierdo de vista el motivo por el cual me estaba dedicando en un cien por ciento. Mmm cien porciento es como mucho, no deja mucho espacio para nada. Pero si uno se compromete con algo es como clamar que no se necesita espacio para otra cosa, y no es que uno constantemente necesite otras cosas, al contrario yo casi siempre estoy satisfecho, pero la gente siempre como que necesita ir cambiando, conociendo nuevas cosas. Yo las pocas veces que viajo encuentro que por distantes que sean los países, la gente es exactamente la misma. Las diferencias son evidentes e innegables pero a la vez irrelevantes. Bueno, pensando estas cosas es que los viajes en metro se me hacían cortos para recuperar el tiempo perdido en mi ex novia, primero, luego la natación por culpa, y ahora en tratar de pensar como es que iba a lograr estudiar todo lo que requería para salvar ese ramo. Ah, ya sé! sacrificando otros ramos! fácil!

Yo no era un mal estudiante, miento, era un excelente estudiante... no no no, en verdad era un estudiante de buenas notas, pero nunca fui bueno para estudiar. Creo que mi "talento" se basaba exclusivamente en mi capacidad para mantener mi mente en blanco. De hecho es un talento que he tenido desde muy pequeño. Recuerdo que mi madre trabajaba duro y casi siempre llegaba algo atrasada a buscarme al colegio. Yo me sentaba a esperarla en el hall de entrada con la mirada fija en la pared opuesta. Escogía un punto y trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo sin pensar en cosa alguna y con los ojos abiertos. El juego se trataba de sentir el peso en los párpados y el cansancio en la vista sin dejarme vencer para así observar como la sensación iba creciendo y creciendo, una especie de dolor o placer que iba tomando nuevas formas y que incluso podía visualizar como colores, como una masa informe variando desde un morado oscuro, pasando por un rojo anaranjado y hacia el amarillo vibrante que pronto traspasaba mi rostro y se expandía hacia la pared opuesta, las paredes a su lado, el techo y en fin, todo el mundo. Ya mayor, mantenía el mismo juego con resultados menos coloridos, pero que convertían a mi mente en una esponja a la hora de escuchar las clases mirando un punto fijo sobre la frente del profesor, así que pensé que quizás si le dedicaba la totalidad de la horas en los días que restaban antes del examen final frente a mi profesor, quizás el resto de los ramos no sufriría tanto, al menos no al punto de llegar a peligrar.

Entonces hice eso, establecí un cronograma en el que distribuí los contenidos de acuerdo a los días que me quedaban y seguí mi plan al pie de la letra. Todo iba bien, algunas notas bajas de otros ramos pero nada preocupante, por el momento. Los días iban pasando tranquilos uno detrás del otro hasta que en uno de los diarios viajes bajo tierra, apareció ante mí una hermosa muchacha. Yo me quedé boquiabierto, es una pésima costumbre, y con la vista fija me quedé repentinamente y sin pensarlo, en blanco. Tanto fue así que en una de las detenciones del tren al llegar a la estación, mi libro cayó derramando un montón de hojas apretujadas y rayadas con incontables e ilegibles apuntes justo sobre sus pequeños y blancos pies. Ella iba mirando por la ventana hacia fuera -como si hubiese algo que mirar bajo tierra-, asumo que absorta en sus pensamientos o quizás tarareando una de esas canciones que se cruzan por las calles y que sin que podamos notarlo saltan, se nos suben al hombro y se meten por nuestros oídos estableciendo en nuestras cabezas sus pequeños campamentos. Pero el ritmo monótono de esa melodía fue interrumpido por el ruido que hace el papel al caer sobre los pies, sobre todo cuando son ajenos. Yo me quedé estático, aterrado de haber quebrado el frágil movimiento de los pensamientos de quien viaja absorto bajo tierra mirando por ventanas sin jamás encontrar cosa alguna que mirar, pero ella pareció no molestarse en lo más mínimo y rápida y gentilmente comenzó a recoger uno a uno los papeles y juntarlos de nuevo con los muchos clips esparcidos por el suelo.  Los recibí de vuelta y me deshice en gracias y disculpas hablando automáticamente, disfrutando por dentro del tiempo que podía pasar mirando directa y abiertamente su rostro, tiempo que palabra a palabra estiraba y que no quería dejar ir. Ella tal vez lo notó porque llegado un punto de especial incoherencia de mi discurso, rompió en una leve y melodiosa carcajada que me hizo descubrir la especial familiaridad que me llegaba desde sus ojos. Me quedé callado, satisfecho de su sonrisa y contento como quien mira al sol ponerse esperando su inminente desaparición.

-te bajas aquí?-

-no...

-que lástima, yo si

Le pregunté en cuál estación estábamos y antes de que pudiera nombrarla recordé sorpresivamente que si, que justo hoy tenía que -contra la costumbre y saliendo de los plazos y espacios planeados en el planparasalvarelramodemiprofe- bajarme en esa estación. Recogí los pocos papeles que quedaban en el piso y apuré el paso para alcanzarla en la escalera. No recuerdo de qué hablamos, recuerdo el verde en los arbustos, que pasó un gato y que ella se acercó a saludarle... recuerdo que se me hizo muy ligero el aire junto a ella, sobre todo cuando sonreía y que demasiado pronto llegamos a la puerta de su casa. Tomó una de las mil hojas que colgaban entre las páginas de mi libro, buscó un hueco entre los gráficos y garabatos y escribió su nombre, una serie de números y un dibujito. Luego se dio media vuelta y entro rápidamente cruzando su jardín. Yo me quedé mirándola alejarse y en el momento en que cruzaba la puerta escuché su nombre dicho fuertemente por una voz extrañamente familiar.

Llegué a mi casa por completo desconcentrado, intenté infructuosamente concentrarme en los apuntes y la materia pero cada vez que mi vista llegaba al espacio entre una palabra y otra aparecía su sonrisa robándome la atención y llenando mi pecho de aire que irremediablemente salía en forma de suspiro. Pasé una y dos noches así, sin avanzar ni siquiera una de las muchas páginas asignadas por mi programa a los escasísimos días que restaban par allegar al examen final del consabido ramo y me dije "hay que hacer algo, esto no puede seguir así". Tomé el teléfono y me puse a explicarle que estaba súper atrasado en mi ramo y que era un ramo importante y que mi profesor esperaba mucho de mi y que cómo era tan cruel de no dejarme estudiar y que mejor nos juntábamos luego o si no mis notas iban a bajar demasiado. Ella se reía de casi todo y bueno, me hizo notar que en verdad si era chistoso porque en todo el camino a su casa nunca dije palabra alguna, en cambio ella habló todo el tiempo contándome de sus amigas, de la anciana que vivía en la casa vecina y de lo sobre protector que era su padre. Ahora mismo se había cancelado una reunión con sus amigos así que me sugirió que nos reuniésemos de inmediato. Yo me sorprendí de la facilidad con que un plan meticulosamente diseñado podía quedar deshecho ante un par de hermosos ojos.

Así que nos juntamos en un parque que se encontraba en un punto más o menos equidistante de mi casa y de la suya que, como pude comprobar el día que la conocí, no quedaba demasiado lejos. Incluso pensé que si todo resultaba bien, podría ir a visitarle de vez en cuando en aquella bicicleta que hace algún tiempo había adquirido ciertas resonancias de hechos pasados y sepultados. Mmmm, debería narrar cómo fue aquella cita? Me parece que no quedaría muy bien que uno ande divulgando esas cosas porque claro, al principio la mayor parte de las cosas no fueron muy distintas a las que cualquier pareja realiza el día que por primera vez se reúnen, pero luego traspasado ese nivel común y corriente se llega al punto en que deben narrarse esos momentos de exquisita intimidad y sorprendente comunicación espontánea que difícilmente pueden ser expresados en palabras. Y bueno, pocas líneas luego de eso, uno tendría que incurrir en la evidente falta de gusto de narrar aquel instante maravilloso en que los parpados se juntan, los cuellos se estiran y los labios se encuentran, y hacer eso de un modo que refleje la belleza del momento y que no caiga en detalles que puedan dejar entrever la siempre presente lujuria de la gente de mi edad y que podrían distraer la lectura y guiarla hacia una, de algún modo, mala interpretación es muy difícil, así que me limitaré a decir que lo pasamos tan bien y nos sentimos tan cómodos el uno junto al otro que luego de ese día comenzamos a vernos con mucha frecuencia. 

Y eso era lo peor que podría hacer alguien en mi situación, recuerdan el examen? el profesor casca rabias que manda mensajes cruzados? Ah, me parece que no expliqué aquello. En resumidas cuentas la mitad de las clases alababa mi talento y la otra mitad exageraba con respecto a mi falta de dedicación y esfuerzo. Por un tiempo, luego de mi anterior quiebre y asunción del desafío de salvar el año y recuperar el respeto y buena voluntad de mi querido profesor, lo logré. Una clase, mientras explicaba la materia, se percató que en mi cuaderno los apuntes no tenían relación alguna con su clase y furibundo interrumpió la clase tomando entre sus manos el cuaderno. Cuando lo vio más de cerca se dio cuenta que estaba repasando la materia de la unidad inmediatamente anterior, y casi para sus adentros, sonrió satisfecho. Al contrario de disminuir los sermones, el notar que estos, en su opinión, me habían hecho retomar el camino, sintió que con mayor razón, con mayor fuerza, con alegría incluso, debía retarme y retarme clase tras clase. Decía que a última hora no se podían arreglar las cosas y que una casa con cimientos débiles del color que fuese que uno la pintara se iba a terminar cayendo. Yo no entendía bien que pretendía con esto, si quería que dejara de estudiar o simplemente que me sintiera culpable para que en el futuro nunca más dejara de lado su bendito ramo. En verdad estas cosas las pensaba ya en mi casa, o camino a ella, porque cuando estaba en la sala, hubiesen compañeros o no, mantenía siempre mi vista fija en cualquier punto mientras repasaba mentalmente todas las fórmulas que debía, si quería tener alguna oportunidad en el examen, saberme al dedillo. Probablemente esto también agradaba a mi profesor, digo el hecho de que jamás nunca le respondí cosa alguna, nunca refuté sus acusaciones y bueno, tampoco las asumí pero en el fondo y con el paso del tiempo, el estrés acumulado por la presión auto impuesta y la que gentilmente el me ofrecía clase tras clase, una sensación extraña llegó a mi pecho. Al principio no la entendía y se parecía a la angustia, luego comenzó a asentarse y sentí algo de miedo. Ya viéndola de más cerca pude comprobar que si, se trataba de rabia y rencor hacia mi querido profesor por un lado, pero también a mi ex novia. Pensé que ella me pidió que me comprometiera y que luego de hacerlo me dejó olvidado ante la aparición de su amigo ciclista. Pensé que cuando me alejé del rebaño mi profesor me dio por perdido y se concentró en las otras jóvenes ovinas promesas reservando para mi solo palabras de rechazo y desprecio. Es posible que exagere pero en esa época así lo sentía y de algún modo esta sensación me daba fuerza y me ayudaba a concentrarme a la hora de estudiar para pasar su cochino examen de su cochino ramo y así de una vez por todas dejarlo no satisfecho, si no que simplemente callado. 

Suena bastante feo todo esto pero así lo sentí en aquella época en la que aún no me recuperaba de mi ruptura, que tímidamente avanzaba en mi plandesalvamentodelramo, pero sobretodo antes de que apareciera ella. 

Cuando llegó a mi vida lo hizo para quedarse, o al menos eso pensé entonces. De hecho no lo pensé, simplemente me pareció obvio, natural. Y casi sin darnos cuenta y en tiempo record nuestra relación iba tomando cada vez mayores niveles de cercanía y seriedad. Había pequeños contratiempos que interferían pero siempre encontrábamos el modo de irlos sorteando. Por ejemplo su padre era muy estricto con respecto a los horarios, si llegábamos luego de las nueve de la noche era muy posible que no pudiésemos vernos en un par de semanas, tiempo durante el cual él le hacía bastante incómodo el tiempo que compartían juntos. Y bueno, como cada vez estábamos más cerca, más tiempo era el que se requería para saciar la necesidad que teníamos el uno del otro; así que llegamos a la conclusión de que para tener más tiempo que compartir y aprovechando la intimidad y soledad que se forman en las casas en esos horarios, comenzamos a juntarnos en medio de la semana desde muy temprano. Primero nos juntamos a almorzar, luego antes de almuerzo y luego a desayunar. Era exquisito despertar con el sonido de sus uñas golpeteando la ventana. Además era exquisito levantarme un poco más tarde de lo que hubiera tenido que hacerlo si hubiese asistido a clases. Entonces con medio ojo abierto corría la cortina para mirar quién -quién más podría haber sido- golpeteaba mi venta a esa hora del día. Si, era ella, me sonreía con esa sonrisa clara y esos ojos brillantes y me hacía gestos de que me apurara a abrirle la puerta. Yo corrí arrastrando la sábana hasta la puerta.

-salí tan rápido que no me bañé

-yo tampoco me he bañado

- . . .

Y así pasábamos los días desde lo más temprano que podíamos hasta que el siempre desagradable reloj nos decía que debía irse a preparar las cosas en su casa para la llegada de su padre. Yo le preguntaba que qué clase de hombre usaba a su hija como criada, que si acaso no podía cocinarse él o la señora que iba a hacer el aseo regularmente. Ella me explicaba que no tenía que ver con machismo, que yo no conocía a su padre y que desde que su madre los había dejado él había volcado todo el cariño y los cuidados que antes le daba a ella en su hija. Obviamente eso incluía la aprensión y los celos que naturalmente se disparan un poco sobre lo normal cuando la mujer de toda una vida te abandona. 

-Y porqué se fue?

-Quería volver a Europa a hacer su carrera

-...

-Yo creo que me habría pasado lo mismo

 

Y yo ahí para variar con mi boca abierta y mi mente en blanco. Ella se ríe y me dice que no me preocupe, que puede hacer su carrera en Chile o que ambos podemos viajar.  "eso si -dice-que con todo lo que he faltado a clases últimamente no sé qué carrera vaya a tener”. Me demoré un poco en reaccionar y bueno, como tenía la mente en blanco no pensé en nada salvo que ella debía irse para no tener problemas con su querido padre y que yo hace ya un par de semanas había dejado por el piso mi ahora alicaídoplanconpocaesperanzadesalvarelramo así que más valía que me volviera un monje, me enclaustrara a estudiar y rezara por un milagro.

Ahí fue cuando llegó el período más extraño y desagradable de esta historia. Yo estaba vuelto loco tratando de ponerme al día con las últimas semanas de clase no solo de mi profesor -que además resultaba que era mi suegro- si no que con todos los ramos que, a estas alturas, si que estaban peligrando. Obviamente el tiempo no me alcanzaba para nada, empecé a alimentarme pésimo, dormir nada, me perdí varias veces en el metro por ir leyendo desaforadamente y sin mirar por las ventanas. Y lo peor de todo es que ni siquiera me daba el tiempo para verla a ella. Además que ahora rehusaba por completo ir a buscarla a su casa por miedo a confirmar el, en realidad, indudable hecho de que su padre y mi profesor fuesen el mismo. Moría de vergüenza pensando la cantidad de veces que hablé mal de él, que lo califiqué de viejo acabado, de engreído, de rígido y arcaico en sus métodos pedagógicos. En todo caso me costaba creer que algo tan evidente haya pasado tanto tiempo desapercibido por mí y por ella. También es cierto que cada vez que yo hablaba de la universidad, ella prefería cambiar el tema y que, con el tiempo al notar que mi dichoso plan quedaba cada vez más abajo en mi lista de prioridades y darme cuenta que evidentemente eso no podría traer consecuencias más que nefastas para mi continuidad en la carrera, yo mismo evité hablar del tema, incluso de pensar en el tema. Tengo una estupenda capacidad para hacer eso, descartar partes incómodas de la realidad. Así que nuestra alguna vez maravillosa relación se fue deteriorando gravemente y mi queridísima muchacha a su vez fue poco a poco alimentando una dolora sensación de abandono. Yo no sabía qué hacer con lo nuestro, y con lo poco que dormía y el obvio estrés muchas de las pocas veces que nos reunimos, termínanos discutiendo fuertemente, sobre todo por la ambigüedad en las explicaciones que yo le daba por mis reiteradas ausencias. Un día no aguantó más y muy tarde salió pedaleando de su casa a la mía. Llegó bastante afectada contándome que se había echado un ramo fundamental de su carrera y que había peleado fuertemente por ello con su padre. Intentó explicarle que como nuestra relación estaba muy mal luego de hace tan poco haber estado tan bien, simplemente no lograba concentrarse en los estudios y que constantemente le asaltaban miedos de que yo le ocultara algo. Obviamente a su padre esto lejos de ayudarle a comprender a su hija, le pareció un agravante y rápidamente comenzó a proferir multitud de imprecaciones en mi contra y a soltar sus típicos discursos sobre ser profesional y los chilenos y blablablabla. 

vamos que se puede...

2 comentarios:

Lupus dijo...

Yapo, sigo esperando la parte III de esta obra pseudobiografica. Jajaja o haci eso o estudiai piano!!

Tristancio dijo...

Me gusta ese personaje con vocación de perdedor... y me agradan los pasajes en que el registro cambia de lo cotidiano a lo...mmm no sé como podríamos llamarlo, dejémoslo en poético pensando que debe haber un adjetivo más exacto. Un ejemplo, cuando la conoce a ella en el metro y se le caen los papeles (al muy pajarón)...

Supongo que continúa... a ver qué pasa...

Saludos.-